La Esquina de Hugo Viernes, 27 febrero 2015

Las cobras y los leones

Hugo Coya

Periodista interesado en los silencios ensordecedores
Foto: El Comercio

Foto: El Comercio

Una regla no escrita en la política establece que la peor oposición que puede tener un gobierno es el propio gobierno. Más allá de los errores en el ejercicio de la gestión pública, lo cierto es que cada gobierno arrastra, además, en sus entrañas, un enemigo cuya existencia descubrirá mucho tiempo después.

Por supuesto, no hablamos de una oposición estructurada que trabaja arduamente para enrostrarle sus deficiencias y luego sucederle en el poder, puesto que ella no existe en el país. Apenas hay pequeños arbustos, rodeados de musgos malolientes que se delatan por el olor putrefacto que expele su pasado.

Tampoco nos referimos a los medios de comunicación que, ante la ausencia de esa oposición coherente y estructurada, asumen el papel de fiscalizadores, aunque algunas veces caigan en la especulación, la falta de objetividad y el prejuicio ideológico.

Nos referimos a aquellos que se enroscan dentro de un partido político para ganar las elecciones y, luego de usufructuar el poder, deciden reptar hacia otras ramas, denunciando aquellas incoherencias que aseguran nunca se percataron durante el tiempo que permanecieron en su interior.

Popularmente, son llamados “tránsfugas” y quienes continúan dentro del partido los califican de “traidores”.

Nosotros, menos exquisitos, los denominaremos -empleando un término de moda- de “cobras” por su capacidad para deslizarse de un lugar a otro sin el menor atisbo de pudor, de asestarles la puñalada artera a sus ex compañeros, simular afinidades y enamoramientos, convirtiendo la trama en un espectáculo de engaños, como cualquier programa de televisión que se jacte de su buen rating.

Las “cobras” aprovechan el desmadre pantanoso en que se ha convertido la política peruana para devorar a su peor enemigo, es decir la verdad. Eso impide, casi siempre, conocer la respuesta exacta de ¿Quién engañó primero a quién?

Es el síndrome de la esposa o esposo traicionado que culpa al otro tras descubrir la farsa, mientras asegura que nunca desconfío de nada ni admitir sus propias carencias.

Así observamos el vergonzoso espectáculo de la transformación de los mejores amigos en los peores enemigos, deglutiendo a aquellos que antes los llevaban en sus vísceras.

Allí está el otrora asesor de la campaña electoral que, usando su cercanía al poder, realizó numerosos y cuestionados negocios en una gran diversidad de rubros y estamentos del Estado para fugar luego en busca de asilo.

Foto: Exitosa

Foto: Exitosa

También el ex asesor de un congresista que tuvo acceso irrestricto al Parlamento y se convierte en el acusador implacable, reconociendo que tiene grandes afinidades con los sucesores de Sendero Luminoso.

O, más cercano aun, el pariente que no era tesorero, pero que manejaba cuantiosas sumas de dinero en efectivo para aprovechar las rendijas de una ley electoral que premia al corrupto con las sombras y ahuyenta a los honestos.

¿Nadie se dio cuenta de lo que estaba sucediendo? ¿Nadie alertó que había alguien realizando negocios ilícitos en nombre de las máximas autoridades del país? ¿Nadie se percató que existían personas que compartían la misma mesa y pensaban distinto o usaban el poder en beneficio propio?

¿Nadie reparó que manejar ingentes cantidades de dinero en efectivo durante una campaña o no controlar los apetitos de militantes o simpatizantes se contraponía al lema “en la honestidad está la diferencia”?

Es cierto que muchos de los que ahora los acechan no poseen la autoridad moral para hacerlo porque ellos cometieron, en su oportunidad, faltas o delitos mucho más graves.

Pero, en esta selva que es la política, hay que tener presente que los “leones” viven del despojo, de la carroña de sus adversarios y, precisamente, gracias a desaguisados como estos. Y ellos se están dando en este momento un opíparo banquete.

Así los “leones” vienen engordando y alistándose para retomar el reinado, aprovechando las debilidades de aquellos que, alguna vez, pretendieron enfrentárseles y acabaron sucumbiendo a las mismas frivolidades y artimañas que rechazaban.

Es como si se tratara de un set de televisión de la vida real, donde los equipos se alternan en la victoria, pero la democracia, lamentablemente, siempre pierde.

Hugo Coya

Periodista interesado en los silencios ensordecedores