La Esquina de Hugo Lunes, 9 febrero 2015

2016, el año que ya comenzó

Hugo Coya

Periodista interesado en los silencios ensordecedores

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2015 prometía ser un año relativamente tranquilo, pero terminó tan deprisa sin que nos diese tiempo a pestañear ni permitirnos gozar del verano. Los políticos nos trasladaron abruptamente al próximo año, quitándonos el derecho que nos asiste, como peruanos, a gozar de este periodo de tiempo, del sol, la playa, el Carnaval, el otoño, el invierno, las fiestas patrias o la navidad.

Un año para que nuestra indignación crezca conforme se vayan debelando nuevos escándalos de corrupción, nuevas impunidades, en fin todo aquello que ocurre cuando un gobierno se acerca al final e impulsa a los electores a optar entre la indignación o el miedo, es decir entre el hígado y el estómago (casi nunca con el cerebro).

Un año para que los opositores le concedan una tregua – al menos parcial — y Ollanta Humala trate de cumplir con sus promesas incumplidas hasta que a ellos – sus detractores — les toque el tiempo de incumplirlas.

Un año para que el gobierno pueda también seguir haciéndole guiños a los empresarios — que lo acusaron desde el primer momento de tratar de convertir al Perú en la Venezuela de Hugo Chávez –para ver si, definitivamente, cesan con esa cantaleta para mantenerlo arrinconado, se arremangan las mangas y apuestan por encontrar soluciones a la ralentización de la economía.

Un año para que nuestro camino al Primer Mundo avance vertiginosamente con un Ministro de Economía obcecado por incorporarnos al grupo de países ricos de la OCDE, olvidando que el hecho de entrar como invitado, por ejemplo, al Club Nacional no te convierte automáticamente en millonario.

2016 parece haber llegado con grandes acontecimientos y avasalladoras emociones, evitándonos disfrutar de ese parsimonioso cuarto año antes de las elecciones, donde los gobiernos buscan dejar huella con grandes anuncios y obras faraónicas para la posteridad mientras preparan maletas al tiempo que la oposición toma impulso para intentar obtener el poder.

Como se esperaba recién en el 2016, Nadine trata de esquivar el fuego cruzado acerca de su pasado; el ya abultado abdomen de Alan García luce más grande, henchido de soberbia; la memoria de Keiko cada día más selectiva y frágil y Toledo descubre trilogías malignas tras las denuncias de su boom inmobiliario.

Para completar el panorama, la izquierda intenta reconstruirse de sus añicos, tratando de unirse en un nuevo frente que se volverá a romper, como es usual, en medio de luchas intestinas y traiciones. Incluso los mensajes de Kenyi se han vuelto más crípticos (eso era posible); Jorge del Castillo nos da lecciones de ética y moral sobre cómo combatir la corrupción y a los lobbies (LOL) y hasta Brad Pizza lanzó su candidatura.

La ola de dimisiones a los partidos también se inició. Sergio Tejada descubrió cuatro años después que el Partido Nacionalista abandonó sus banderas; Juan Sheput que el Partido Aprista podría ser un barco más seguro que el avasallado Perú Posible y Cecilia Tait que, luego de ser la niña mimada de Toledo y pasarse a una bancada heterodoxa, debía buscar nuevos rumbos para seguir navegando en la política.

Solo falta que Pedro Pablo Kuczynski presente su nueva solicitud de renuncia a la nacionalidad estadounidense o que César Acuña haga lo propio en el gobierno regional de La Libertad.

No hay duda de que estamos en el 2016 con una democracia que parece estar a bordo de un Titanic en medio de las cada vez más congeladas aguas de la economía, de la falta de seguridad, de la corrupción y la negación de derechos fundamentales, al tiempo que los políticos de todas las esferas se convierten en la orquesta que ameniza el choque, rumbo al iceberg.

Mientras se avanza, la esperanza de un cambio político real se va diluyendo despacio, deshaciéndose en pedazos, empequeñeciendo, empobreciendo hasta que se reduzca tanto y solo nos quede nuestro propio instinto de sobrevivencia.

Hugo Coya

Periodista interesado en los silencios ensordecedores